LA TRANSMUTACION DEL DIBUJO
(Texto escrito por Antonio Becerro a propósito de la exposición “Estados aparentes”, de Rodrigo Viscencio, en el Centro Cultural Matucana 100, abril de 2010).
Por Antonio Becerro
Artista visual / taxidermista social
Observo el panteón de Chile, los 999 rostros de la bestia. Pero no se preocupen, cuaros, pues son los de siempre; la endogamia de la clase política es la misma de la sociedad del espectáculo. Los apellidos repetidos, las familias infinitas, constituyen el cuerpo enfermo de la representación colectiva. Sale uno y entra la otra simpaticona con la nariz mas empolvada.
Aunque el terremoto alineó el miedo y develó el espanto, nada, ni el temblor, ni las lluvias, ni las pandemias, ni la fisura, ni la fractura de la tierra hará recapacitar a estos cabrones de estirpe. La abultada autoestima y la vanidad a flor de piel los tiene lejos del yo, que se construye también con la vida del otro.
Ante el dolor de los demás, los fácticos practican la memoria del abuso colectivo, de la callampa, de la mediagua patética. La metodología es el parche y el modo lo mal hecho, así que tranquilos: cualquier cambio es retórica, lengua movediza de la vulgaridad reinante, de la mediocridad aceptada al límite de lo óptimo.
¿Pero qué tiene que ver esta reflexión con los dibujos a rayón sobre papel pegados en serie sobre estos muros? Pues mucho. La confluencia de los medios en nuestro diario vivir y la gigantesca imagen publicitaria impuesta son los engranajes que desencadenan la esquizofrenia y posibilitan la farsa colectiva. El minúsculo espacio del arte que se practica en Chile se entiende, entonces, desde la representación grosera en el lugar común del espectador.
Es el contenido de la obra revolucionado por el escándalo de la feria de arte, por la filosofía de la inversión versus la construcción del discurso y por la validación de la cita como un dato real.
En Viscencio, el único dato real es el carboncillo del grafito que queda en el piso como basura y que es testimonio de esta serie de dibujos, que relatan la deformación con virtuosísmo. El ejercicio del trazo enmarca la caída de la carne y en su contenido hay una agresividad, un desposte de la imagen que confiesa la identidad del yo en la piel. El estiramiento del hueso, el retorcijón del músculo y el calambre tiritón del nervio nos hablan de la ansiedad de estos tiempos.
La sencillez de estos retratos, escaneados e impresos en A3 en la escala de grises, recuerda que nos estamos pudriendo a vista y paciencia de nosotros mismos. También nos habla de esa presencia que está lejos de los cosméticos, inventillos genéticos, liposucciones express, fotoshops y tiros de cámara por conveniencia.
Todo artista tiene su propia luz y sombra más allá de su época cuando hace un retrato en su taller. Puede espiar la vida desde allí. Tomar una revista de vivienda y decoración y llevarla al baño. Incluso, mirar los concursos de belleza en la televisión como un estado aparente de la transmutación de la carne en el milagro de la vida. Desde su ocultismo, puede alterar los rasgos reconocibles, sin deformar por completo el rostro a grafito sobre la superficie, de modo que, incluso en su tránsito, sea identificable. No se trata del retrato hablado que construye la policía con los sospechosos de siempre, sino todo lo contrario. El conjunto y la selección de personajes retratados para la secuencia total del montaje son el resultado y el testimonio de la taxidermia gráfica de lo mejor de nuestra sociedad, de los excelentes por naturaleza.
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